Una lectura teológica y providencial del caso Buga desde el Proyecto Traditio
Autor: Fray Richard Marcelo Romero Cossío, TOF
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Indice general
La Cruz y la Esfera: cuando lo no humano cayó ante La Cruz
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Introducción: Algo descendió… pero no se inclinó
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El lugar del impacto: no cualquier montaña, no cualquier cruz
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Jaime Maussan y los ojos sin fe
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Qué es (y qué podría ser) esa esfera
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Abrirla… ¿y qué más da? Ya fue derrotada
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Lectura Traditio: El juicio entre dos signos
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Conclusión: No tememos a la esfera, tememos que olviden la cruz
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Epílogo: La casa junto al Misterio
1. Introducción: Algo descendió… pero no se inclinó
Nadie lo esperaba.
El cielo estaba como siempre. Azul, quieto, cotidiano. Y sin embargo, algo bajó.
No fue una lluvia. No fue un trueno.
Fue… una esfera. Metálica. Silenciosa. Como si flotara por voluntad propia.
Y es que no cayó como cae una piedra. No rodó, no estalló. Flotaba.
Como si buscara.
Como si supiera exactamente a dónde quería ir.
Y lo encontró. Una montaña.
Un pueblo católico.
Y en la cima, clavada como un grito silencioso: una cruz.
La Cruz estaba allí desde antes.
Desde mucho antes que Jaime Maussan encendiera su cámara. Desde antes que los científicos se rascaran la cabeza.
Estaba allí. Firme. Humilde. Vigilante.
Y fue justo ahí donde la esfera terminó. No por decisión propia.
Fue como si algo —algo más fuerte que su poder, más alto que su origen— la hubiera detenido en seco.
Unos cables eléctricos de alta tensión la interceptaron.
10.000 voltios la sacaron de su eje. Y entonces cayó.
Pero la pregunta no es por qué cayó. La pregunta verdadera es esta:
¿Por qué estaba flotando justo sobre la cruz?
2. El lugar del impacto: no cualquier montaña, no cualquier cruz
Buga no es cualquier ciudad de Colombia.
Allí, la fe no es un recuerdo: es un pulso que aún late en sus calles, en sus hogares, en sus montañas.
Y Alto Bonito, esa cima que muchos conocen solo por su nombre, se volvió —sin quererlo— un escenario teológico.
Allí, sobre esa montaña, se alza una cruz. No de adorno. No de postal.
Una cruz que, como todas las que miran desde lo alto, proclama a Cristo Rey del territorio que cubre con su sombra.
Porque en la Tradición, cuando se clava una cruz en la cima de un monte, se está haciendo una declaración espiritual de propiedad.
Es como decir: “Este lugar pertenece a Dios. Ninguna potestad de las tinieblas reinará aquí.”
Y entonces llegó la esfera.
¿Azar? No.
Porque no cayó en un valle remoto, ni en el techo de un rascacielos. No aterrizó en una base militar ni en una selva.
Cayó justo donde estaba esa cruz. Justo allí. Como si fuera un desafío.
Como si algo —alguien— quisiera entrar en terreno consagrado. Pero no lo logró.
La esfera fue interceptada por cables eléctricos de 10.000 voltios. Energía pura. Corriente viva.
Como si la naturaleza misma —creación de Dios— se hubiera activado para detener lo que no debía avanzar.
No estalló. No arrasó. Simplemente cayó.
Como si su sistema, su poder, su gravedad artificial… hubiese quedado sin sentido ante la presencia de algo más alto.
Más antiguo. Más poderoso. La Santa Cruz.
3. Jaime Maussan y los ojos sin fe
La esfera cayó. Y no tardó en llegar el eco. Las cámaras. Los expertos. Los titulares. Y, cómo no, Jaime Maussan.
Él hizo lo que sabe hacer: recopilar, grabar, medir, teorizar. Habló de materiales extraños. De aluminio fuera de toda tabla. De microesferas internas. De energía. De flotación.
De tecnología no humana.
Pero mientras él hablaba, la cruz seguía en silencio. Y nadie —ni él, ni sus técnicos— pareció notarla.
Es curioso. Tienen ojos para ver lo metálico, pero no lo místico. Hablan del cielo, pero no del Dios del cielo.
Preguntan qué hay dentro de la esfera, pero no quién puso la cruz en lo alto.
Maussan dijo que la esfera tiene propiedades increíbles. Que podría ser una cápsula enviada por otra civilización. Que debía abrirse, estudiarse, comprenderse.
Pero, ¿y si eso es precisamente lo que no debe hacerse?
¿Y si la esfera no está para ser entendida, sino para ser juzgada?
Porque la fe no necesita ver para creer.
Pero el mundo moderno —ese mundo sin cruz— quiere creer sin discernir.
Y así, mientras los científicos rodean el objeto como si fuera un nuevo oráculo, el Proyecto Traditio alza la voz:
“¿Y si no se trata de saber qué hay dentro… sino de reconocer quién la detuvo?”
Quizás, en su entusiasmo, Maussan ha olvidado algo esencial:
hay misterios que no se explican. Se adoran o se rechazan. No hay punto medio.
Y si algo desafía la Cruz, no puede venir de la luz.
4. Qué es (y qué podría ser) esa esfera
Al verla de cerca, uno duda. No parece de este mundo.
O si lo es… no está hecha con manos humanas.
Metálica, lisa, sin tornillos. Dentro, un núcleo.
Rodeado por 16 microesferas.
Como si tuviera un corazón… o una voluntad.
Dicen que flota. Que tiene campo gravitacional propio.
Que su estructura varía. Que a veces es dura como diamante, otras, blanda como el aluminio común.
¿Un metal inteligente? ¿Un cuerpo vivo?
Pero no respira. No habla.
No adora. Entonces, ¿qué es?
Los físicos especulan.
Tal vez funciona con energía de punto cero.
Quizás manipula el vacío cuántico, o genera su propio campo gravitomagnético.
Podría tener, en su centro, una especie de “motor sin motor”,
capaz de alterar las leyes físicas en un radio limitado.
Y sin embargo… cayó.
Chocó con los 10.000 voltios y se rindió. No estalló.
No se defendió. Solo… descendió.
¿Y si su tecnología no era tan superior?
¿O si fue diseñada no para resistir, sino para infiltrarse?
Porque puede que no sea una bomba. Pero sí una grieta.
Una forma de abrir una puerta entre lo nuestro… y lo que no debería estar aquí.
¿Y si esa esfera no es un objeto, sino una antena? ¿Un anzuelo?
Lo que asusta no es lo que hay dentro. Es lo que podría venir después.
5. Abrirla… ¿y qué más da? Ya fue derrotada
Algunos insisten:
“¿La abrirán o no?”
“¿Y si hay dentro algo vivo?” “¿Y si es peligrosa?”
“¿Y si…?”
Pero la verdad, la verdad profunda, es esta:
ya fue vencida.
Porque su caída no fue un accidente. Ni fue derribada por error. Fue interrumpida.
En su camino. En su flotar. En su poder.
Y cayó justo donde no debía. O mejor dicho… donde la Providencia quiso que cayera.
¿Abrirla? Que lo hagan. Que busquen.
Que midan sus componentes.
Que la diseccionen hasta el alma —si es que tiene una. No importa.
Porque lo esencial no está en su interior, sino en su derrota. En que no pudo atravesar esa cima.
En que su campo gravitacional —supuestamente invulnerable— no resistió el contacto con una cruz que no se movió.
Si era una máquina de otro mundo, falló.
Si era una cápsula demoníaca, fue expuesta.
Si era un engaño de los tiempos finales… se adelantó.
Y ahí está la clave. No necesitamos abrirla.
Porque ya fue abierta por la luz de Cristo.
No con bisturí, sino con el juicio silencioso de la cruz que la esperaba.
6. Lectura Traditio: El juicio entre dos signos
En lo alto de esa montaña, no hubo solo un accidente. Hubo un enfrentamiento. Silencioso. Espiritual. Real.
De un lado:
la Cruz, clavada en la piedra,
testimonio eterno del sacrificio de Cristo,
signo de redención, protección, victoria sobre el mal.
Del otro:
la esfera, flotando sin rostro ni voz, tecnología sin alma, sin historia, sin oración.
Uno es un signo.
El otro… una señal.
Y hay que aprender a distinguirlos.
Porque no todo lo que brilla es luz.
No todo lo que viene del cielo viene de Dios.
“Et mirabile non est: ipse enim Satanas transfigurat se in angelum lucis.”
(Y no es de maravillar: el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz.)
— 2 Cor 11,14
La Tradición es clara.
No existen civilizaciones redimidas fuera del linaje de Adán.
No hay redención sin Cristo.
No hay alma racional sin destino eterno.
Y todo lo que no glorifica al Hijo de Dios… es ajeno a Él.
“Non est sub caelo aliud nomen datum hominibus, in quo oporteat nos salvos fieri.”
(No hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres por el cual debamos ser salvos.) — Hechos 4,12
Entonces, ¿qué juicio hacemos de esta esfera?
Lo que no habla de Cristo, habla contra Él. Lo que no se arrodilla ante la cruz, la desafía.
Y si la esfera no cayó en cualquier parte, sino donde la cruz ya reinaba, entonces no fue un descubrimiento.
Fue una confrontación.
Y en esa confrontación, la cruz no se movió.
7. Conclusión: No tememos a la esfera, tememos que olviden la cruz
Ahora todos miran la esfera.
Los noticieros, los expertos, los curiosos de siempre. La graban, la miden, la admiran.
La llaman “mensaje”, “objeto”, “señal del más allá”.
Y sí, algo es.
Pero no lo más importante.
Porque lo más importante… ya estaba allí antes. Alta. Sencilla. Sólida.
Una cruz.
Una cruz que no necesita girar, ni brillar, ni emitir frecuencias. Una cruz que no oculta su intención.
Una cruz que no pide ser abierta,
porque ya se abrió una vez… y cambió el destino del mundo.
Nosotros, desde el Proyecto Traditio, no tememos a la esfera. Tampoco a lo que haya dentro.
Ni a lo que puedan descubrir los hombres. Lo que realmente nos preocupa es esto:
Que olviden la cruz.
Que la pasen por alto, justo cuando fue la cruz la que detuvo lo que flotaba. Que crean que la salvación viene de una civilización lejana, y no de un madero manchado de sangre.
Que cambien el Santo Nombre por códigos sin alma. Que abandonen al Redentor… por el misterio sin redención.
Sí. Eso es lo que tememos. Eso es lo que advertimos.
Y por eso escribimos.
Para que cuando el mundo entero esté fascinado con el metal que cayó,
alguien recuerde que lo verdaderamente asombroso… es que cayó donde ya reinaba
la Santa Cruz.
8. Epílogo: La casa junto al misterio
Yo tenía 18 años cuando soñé con ello.
Vi algo lejano, fuera de la ciudad. Un resplandor, un fenómeno, algo que no podía explicar.
Y vi a muchos que corrían hacia allá.
Científicos, curiosos, voces excitadas que hablaban de descubrimientos, de señales, de cosas que “cambiarían la historia”.
Pero… nadie vio la casa.
Estaba allí mismo. A pocos metros del prodigio. Sencilla. Pobre. Como si no tuviera nada que decir. Pero sobre su puerta había un letrero,
uno que el mundo no hubiera sabido leer:
Gobierno de la Cruz del amor de Dios.
Una joven entró en esa casa. Muy bella. Pero con lágrimas en los ojos.
Sollozaba.
Y el viento, como un espíritu que sopla donde quiere, la siguió adentro. Ella no gritó. No explicó nada. Solo lloró.
Y en el cielo… el sol parpadeó.
Como si el universo mismo estuviera por cerrar los ojos. Entonces se escuchó la voz de un ángel:
“¡Arrepiéntanse! Ha llegado la salvación.”
No lo gritó a los que filmaban.
No lo gritó a los que medían el metal. Lo gritó a los que vivían en la casa.
A los que aún creían que la cruz no es pasado, sino poder.
Ese sueño no era ficción. Era una advertencia. Era un susurro de la Providencia.
Era la confirmación de lo que el Proyecto Traditio proclama sin descanso:
No hay criatura racional, sea natural, sobrenatural o preternatural, que no esté sometida al Juicio de Dios.
Todo lo que tiene inteligencia —ángel, hombre, espíritu, o lo que el mundo llama “extraterrestre”—
será juzgado por el Verbo Eterno, hecho carne, muerto en cruz, resucitado en gloria.
Y no importa qué objeto caiga del cielo. Ni cuántos metales floten en el aire. Ni qué tecnología desafíe las leyes de la física.
Todo lo que no se arrodille ante Cristo… será aplastado por Él.
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